CUADRO ESCRITO
En 1964 realizó una serie de manuscritos o escrituras dibujadas. Son dibujos de palabras cuyos trazos recuerdan voces: la forma de escribir, de dibujar las palabras, es parte de su significado, como lo es el tono de la voz que las pronuncia. En uno de ellos, «Swish and swallow», se incluye material de prensa con un escrito que lo comenta, otros son copias manuscritas de notas periodísticas. Estas obras se reunieron en el libro «Cuadro Escrito». El manuscrito que le da título al libro es la descripción de un cuadro, descripción que reemplaza al cuadro.
CUADRO ESCRITO
Si yo supiera pintar, si Dios en su apuro y turbado por error confuso me hubiera tocado, agarraría los vellos de la marta en la punta de una rama de fresno flexible empapados sumergidos en Óleo bermejo y precisamente en este lugar empezaría una línea delgada flaca ya con la intención de cubrirla después maniobrando con la transparencia. Al lado un pozo absolutamente negro y definitivo. Enganchados en las ramas algunos repugnantes amarillos circuncisos como nidos de codesera el cochino pájaro del Artico que utiliza sus mismísimos hijos para alimentar las focas que le placen (nadie supo nunca porque siguen naciendo) colgantes arracimados amasijados a la tela ayer virgen de la cual dejo dos cuartas cuadradas libres y enseguida un caballo formidable pero frustratorio por retaceado blanco corriendo espumante con las crines y las colas desplegadas un verdadero corcel del malón resuelto con realismo fotográfico pero con cierto aire metafísico para introducir uno de los elementos de confusión y también un sospechado sugerido significado opaco bajo el barniz, no simbólico, como para que al verlo alguien ni siquiera se dé cuenta que en sus entrañas se refriega preguntándose cuál es el significado de ese caballo blanco veloz hacia el monte de Venus entre las hierbas altas oscuras la gran quebrada magnética y luego el volcán. El pincel más afilado el estilete de pelo lacio para escribir esos pastos negros. Pero ese significado debe ser inexistente por verdadero y ni la más pequeña sospecha de certidumbre debe ser engendrada en los ojos que miran: un sudor gaseoso temprano parto de la espuma ocultará los sagaces indicios, los signos de la pesquisa, la satisfacción del adivinar, los escasos temblores, los roces -Nada- Flores de manzanilla despedazadas por las herraduras para levantar la nada del blanco. Con estos puntos de apoyo terminados al ras cambiaría de técnica a las antípodas con ella, no me refiero sólo a la pintura siempre a puro óleo sino en especial al modo de tomar el pincel como si fuera una bayoneta calada en las uñas pero medio resbaladiza de modo que el aceite con sus naranjas tome unas rugosidades como la nata una vez arrancada; esas sombras de un gris blanqueado pero trémulas me servirán para apoyar una suerte de ofensiva contra el caballo pero sin caer en una abstracción demasiado lírica que podría desbaratar mi plan pues esta batalla debe quedar suspendida como un péndulo quieto, una plomada, nadie gana nadie pierde ignorantes del favorito veloz hacia la quebrada una escaramuza que espera las pupilas para invadirlas rebalsar en ellas producir el arrepentimiento o una modificación en su futuro. Y esto no sería tan trabajoso con el pincel que clarividentemente me hice con los rulos oscuros de Alafia y sería una forma de recordarla con sus huellas para la eternidad. Engarzándose con esas huellas y como si fuera el mismo cuerpo que las dejó, un Klein, entre cuatro muy violentísimas rayas azules un organismo desconocido pero familiar airosamente ahorcajado entre los plácidos cordiales celestes casi tocando la línea inicial bermeja pero medio como apretado como si me hubiera faltado lugar como si fuera un error como cuando uno estruja la palabra última para que entre en este renglón. Achicado ese organismo sorprendente por el peso de Alafia inmortalizada contra un amontonamiento de frutas, algo parecido algo que me deje un poco de espacio como si Fontana hubiera roto la tela en triángulos de lados cóncavos que lo empujen a uno a mirar atrás para saber adónde va eso a tocar con la uña para saber si es cierto, pero no frutas ni piedras ni pelotas, no sé qué, tampoco surrealista, tendría que tener la tela aquí para resolverlo bajo el impacto de la fiebre inspirante, algo absolutamente nuevo desconocido el corazón escondido de toda la OBRA: cuarenta centímetros cuadrados disimulados adrede en los varios metros que tiene este cuadro para que nadie perciba el lenguaje inaudible y reservarle la satisfacción a un sabio estudioso futuro de lo muerto que pondrá todo en claro y buscará agitado los huesos en mi cajón para hacer con ellos una especie de amuleto expuesto en un museo ante los prosternados feligreses rezadores por mi alma hoy viva pero escondida en Castelar. Estos mismos huesos que con su carne encima pintarían este pedazo digno de un collage inventado por Dios. Sin descansar atacaría el todavía virginal sector a la derecha del pantano y haría tocando apenas los cascos del corcel un remanso donde el observador encuentre su descanso y el mío también un campo de pastoreo con verdes crecientes de sabiduría y flores para tirarse allí a respirar las hojas tachar el mundo y volver a imaginar de nuevo aquella mujer que tenía los pómulos bajo los ojos como si fueran la respuesta o el duplo del rebote de los montes importantes que se extendían majestuosamente a ambos lados del valle del esternón. Quedarse en el valle a soñar la siesta a la sombra redonda nadar en sus ríos forrado de escamas y trepar mojado los montes en espiral rodando cayendo subiendo hasta aferrarme a la punta con el pincel y la tela para utilizar esos jugos que me suben capilarmente desde las frutillas donde Alafia concluía sus senos mientras bailo sin tocarlas saco por el pincel de rulos de Alafia los jugos de las frutillas apenas exprimidas de Alafia para hacer la superficie la piel transparente de un nuevo cuadro encima del otro como si no existiera siendo sólo una nueva explicación con algunas palabras que al azar coinciden y se refuerzan en resonancia pero el resto casi todas entremezcladas alargándose en combinaciones estupefactas transformadas en dibujos enredaderas secas contra los revoques de una casa consumida o borrándose las unas a las otras para alcanzar la evidente confusión de la verdad. Y así terminaría mi cuadro capital. Pero Dios no lo quiso así: cuando yo en mi turno pasé a su lado con el alma extendida en una limosna Dios no quiso tocarme: tenía su mano entretenida haciendo los montes valles y nalgas de Alafia y no quiso sacarla ensimismado en Alafia aunque era mi turno y no quiso sacarla y no quiso tocarme.
El Arca de Noé o El árbol embarazador
“Cuando Dios miró la tierra y he aquí que estaba corrompida, porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra y Dios dijo a Noé: El fin de toda carne ha venido delante de mí: hazte un Arca de madera de Gopher: harás aposentos en el Arca y los embetunarás con brea por dentro y por fuera. Y de esta manera la harás: de trescientos codos la longitud del Arca de cincuenta codos su anchura y de treinta codos su altura. Una ventana harás al Arca, y la acabarás a un codo de elevación por la parte de arriba y pondrás la puerta del Arca a su lado; y le harás piso bajo segundo y tercero. Y yo he aquí que traigo un diluvio de aguas sobre la tierra para destruir toda carne en que haya espíritu de vida debajo del cielo: todo lo que hay en la tierra morirá”. Cuando Dios digo dijo todo esto a Noé, el gran caníbal, el trepador obnubilado por la feroz alegría de saber la muerte de su prójimo como a sí mismo olvidó embetunar los desagües de su navío y cuando pasaron siete de los cuarenta días de lluvias gordas el Arca hecha con los planos del cielo se hundió con gran estrépito de burbujas y el siniestro Noé con sus hijos con su mujer y con las mujeres de sus hijos se fue al infierno seco y con ellos la flor y nata de los serviles los reaccionarios los conservadores del reino animal: cada una de las siete parejas elegidas los generales de mas altos entorchados los obispos los execradores del pecado los sapos y culebras de la OEA los leones arrodillados los cocodrilos condecorados y los únicos catorce tigres religiosos que existían sobre la tierra y que él, el abominable Noé, pudo localizar, se fueron a la mierda entre aguas y lluvias. Pero entretanto las mil sabias pecadoras las revolucionarias las que no creyeron en Dios las maravillosas ateas las que supieron gobernar su cuerpo con libre albedrío, inflaron sus cuatro globos redondos y dulces se alimentaron las unas a las otras recíprocamente y volvieron a hacer pié entre los olivos; desesperado pié pues habían visto desaparecer uno a uno sin poder agarrarlos a todos sus hombres huesudos y duros que se hundieron como arcabuces. Pero por suerte el bueno de Satanás, ese anciano inventor desterrado juntó las partes más selectas de cada uno de los moribundos y construyó injertándolas el gran árbol embarazador sobre el que se precipitaron las náufragas sobrevivientes. Era un colosal árbol caliente de fruto perenne plantado rígido en la cumbre de una loma en el cruce de cuatro caminos repletos de náufragas vibrantes cuidando su turno y arriba: los grandes racimos, las Juanas enhorquetadas, las ágiles Marías ensartadas cada una con su fruto preferido colgadas de los pedúnculos como flores agitadas. Y más arriba Dios que observaba al gran vegetal con esos curiosos frutos postizos, el formidable latido sincrónico y una nube de sudor y suspiros sobre el pasto de mujeres ya aítas borrachas de savia. Y nada pudo hacer Dios contra la vida. Castelar, 15 de diciembre de 1964
Swish and Swallow
La Asociación Dental Norteamericana, en su constante prédica para la educación sanitaria bucal, ha lanzado una nueva campaña educativa destinada particularmente a los niños pero también a los adultos. De ahí el título en inglés. Se parte de la base de que es imprescindible limpiarse los dientes inmediatamente después de cada comida. (Entiéndase bien: después de cada vez que se haya comido algo... aun cuando se hicieren veinte comidas diarias). No caben las excepciones. Por lo tanto, si se come afuera donde no se cuente con comodidad para un cepillado, por lo menos habrá que hacerse unos buches bien intensos forzando el agua a pasar por los espacios interdentarios. Así debieran hacerlo quienes, por razones de trabajo comen todos los días fuera de su casa. Pero para quienes digan que ni siquiera tienen comodidad para hacerse unos buches, la respuesta norteamericana es “swish and swallow”, es decir, enjuague y trague. A nadie le faltará la ocasión en que discretamente pueda llevarse a la boca para enjuagarse los dientes y tragar. Puede no sonar bien el consejo, pero medíteselo y se verá que es práctico y eficaz. Medité sobre el asunto en cuanto pude resucitar bajo la dulce y grácil mujer conquistada esa mañana, convertida ahora en voraz muñeca brava de Pablo Suárez, y cuando vi sus fauces rebalsando la miel hurtada de mis panales, para vengarme y castigar el latrocinio, le grité el consejo desinfectante norteamericano balbuceando: Swish and Swallow. 25 de noviembre de 1964 (Hasta el renglón 13 es una transcripción del diario La Nación)
Barjuleta cabruñada
Barjuleta cabruñada en esos misteriosos túneles donde originaba su voz y las carcajadas retumbándose por dentro amoldándose en los recovecos creciéndose y desgarrándose hasta salir por su boca sostenida entre la lengua y la garganta en esas palabras cuyas verdades estaban dadas por el constantemente inventado y renovado desorden de las letras y también por los matices que las encaballaban como enredaderas sonoras aquella red con las corvinas brillosas revolcándose y las algas arrancadas desde el ombligo de su cuerpo.
Con un falconete...
Con un falconete la adujada adulterinamente afistuló a su compañero Cervario el cantarero borusca en la jirpeada amencia de la incompensible quedada mientras los paguros pajados con los tragos de enciento que ella encobaba en la rectoría los dejaba dimidiar quitinosamente los circunspectos gorullos quinotecas. Pero de nada les valió su diligenciada abacial cuando atracó el bermejo dilematico. Llegaba todas las noches.
Historia de mi muerte
Un día estaba yo en mi taller escribiendo algo parecido a esto cuando algo golpeó la puerta de mi taller que se abrió para mostrármela entera con sus ojos azules arriba resplandecientes encaramados sobre una damascena de lana y algodón. Cuatro troncos de quebracho en el fuego para desemallarla preferentemente y con las manos lavadas arrancar las tablas y clavos cartón canaleta piolines papel amarillo y de seda hasta dejarla absolutamente desenmallada con sus ojos azules resplandecientes encaramados sobre una torre de piernas y manos forrada de vellos pelos axilas: jábuna jácena jabarda jacarandosa jangua jámila jabalconeame: le arranqué las marjoleras menstruosas la recorrí galapagado en sus oncejeras como al encontrar un pasturaje para murmujearla mejor para calicubarla mejor para encaballarla mejor en mi emborrachamiento para desmogarla de nuevo para amazacotarme de nuevo para ensalobrarla de nuevo con el espermático aditivo para envendijarla envidiosamente para circuncidarme en su convólvulo para excandecerme contumeliosamente enviscado como en un envolvedero como en un espiscopado como en un cuajaleche. Basta comejenera a la de los ojos azules respladecientes contornado en sus contracurvas. Basta fuera adios celenterado estoy, pero ni oyó la bugalla que me circuyó que me formejeó que me mamuyó con su mordicación con su marmoración con su infibulación para jarrroparme para garbillarme para ajusticiarme en su desagravio de virgen tocada.
Cuando entré en la casa
Cuando entré en la casa Alafia estaba jabalconeándose al impiedoso gazafatón añojada envedijada entre la estornija y la jámila que se avezó en mis abriles; atragantándome con el primer vaso miré ya en la segunda puerta como un ajonje horrorosamente jinjallado el jallullo se desenvelejaba balanceando suavemente el igorrote y su corbachada gritándome: Lampuga jarújate un margoso te acordás la máchiga corcusida enallardando un convólvulo cispadano desmogado en el meco lilaila se entreveró con el jesuato sacristán de San Telmo allí nomás los podés ver en el refaladero con las jámbicas y la macsura, maldita corcusida confesándose al mismo ritmo de la empapujadura y simultáneamente con su abarraganado jesuato que olfatea las huellas de su holotúrico mastigador. Me quedé latebroso: la corcusida me gustaba, con ella me ido a los sauces años atrás antes de conocerla a Alafia y fue con ella que aprendí todo el alfabeto y la sintaxis.
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