LEÓN FERRARI 100 AÑOS

Un proyecto para expandir una trayectoria de 100 años

AUGUSTO FERRARI. EL PADRE DE LEÓN

Arquitecto, pintor, precursor

LA BONDADOSA CRUELDAD

Sobre la exposición en el Museo Reina Sofía

CUADRO ESCRITO

Imágenes y textos para leer

LEÓN INMATERIAL

Arte y política, una actitud de lucha

LA RESPUESTA DEL ARTISTA

Texto de arte y política

La Justicia / 1492-1992

Quinto centenario de la conquista

FILIACIÓN

Augusto y León, de padre a hijo

EL REPORTAJE

Entrevista collage

La respuesta del artista

Textos de arte y política

En 1965 León Ferrari recibe la invitación de Jorge Romero Brest para participar en el Premio Nacional Di Tella y presenta cuatro obras nuevas en las que aborda las relaciones entre la religión y la violencia.  Para esa exposición realizó la paradigmática obra “La civilización occidental y cristiana” que fue censurada antes de inaugurar la exposición.

Todas las obras de Ferrari abordaban la temática crítica a la guerra de Vietnam. Las tres cajas que fueron expuestas provocaron la reacción del crítico Ernesto Ramallo (La Prensa “Los artistas argentinos en el Premio Di Tella 1965”, 21 de septiembre) que desacreditaba el valor artístico de las obras, a lo cual Ferrari respondió con “La respuesta del artista” (Propósitos, 7 de octubre) iniciando el incesante modo de intervenir públicamente con su opinión en la prensa.

Me parece natural que el cronista sume su voz a la mayoría de las opiniones condenatorias del Premio Di Tella de este año y de años anteriores: el Premio Di Tella pretende fomentar y exponer las corrientes renovadoras de la plástica local; es casi condición necesaria que toda renovación implique la reacción más o menos violenta de los grupos conservadores. Ese artículo, así como la mayoría de las crónicas sobre los Di Tella, indica que por lo menos aquella condición está cumplida: ya es algo aunque creo que hay mucho más que eso.

Me parece natural y humano que el cronista quizás sin darse cuenta, pase por el plano de la crítica y llegue hasta el de la teoría del arte pretendiendo dictar los reglamentos a los cuales deberían ajustarse los artistas. Parece que el cronista quisiera descartar del arte aquello que sea crítica acre o corrosiva y sugiere que se impida la exposición de obras que “no permiten dudas sobre su filiación y por lo tanto sobre sus fines”. Quitar la crítica del arte es cortarle su brazo derecho, limitar la crítica a lo que no sea acre o corrosivo es ahogarla con azúcar; prohibir la exhibición de cuadros porque el espectador puede darse cuenta de que el autor es comunista y sus fines son la implantación de la dictadura del proletariado, es pretender introducir la discriminación ideológica en el arte, es la censura previa; esta escultura parece ser de un comunista y parece querer decir Viva Lenin: afuera. Aquella otra no evidencia color político: adentro. Creo que ni a McCarthy se le ocurrió una idea semejante; creo que ningún artista aceptaría lo que el Sr. Ramallo propone: eso sería reducir al artista a ser un fabricante de adornos para generales. Los cuadros son buenos, malos o mediocres, son fuertes o débiles, son renovadores o tradicionales, independientemente de que aparezca o no la evidencia de la filiación política o de los fines que persigue el autor.

Me preocupa que, dada la forma como el cronista describe mis trabajos, alguien pueda interpretar que soy comunista y me agreguen a las listas negras de la SIDE con las consiguientes molestias. Me parece prudente entonces aclarar que no soy comunista, que no soy anticomunista y que me preocupa profundamente la guerra de Estados Unidos. contra el Vietnam. Mi opinión sobre este tema coincide con la de Bertrand Russell cuando dice: “Sé de pocas guerras llevadas a cabo con más crueldad o más destructivamente, o con mayor despliegue de cinismo, que la guerra entre los Estados Unidos y la población campesina del Vietnam”. Coincide con la del filósofo norteamericano, titular de la Medalla Presidencial de la Libertad, Lewis Mumford cuando le escribe a Johnson para manifestarle su “repugnancia” por la política de los Estados Unidos en el Vietnam.

Mi “intención agresiva hacia un determinado país” se limita a unir mi protesta a la de todos aquellos que en nuestro país, en los Estados Unidos, en Europa, en Asia y en todo el mundo, luchan en una u otra forma para que el gobierno de los Estados Unidos ponga fin a su política de matanzas en nombre de Cristo.

Y la opinión que tengo de ese gobierno coincide con la que Paulo VI tiene del gobierno norteamericano de Truman, cuando veinte años atrás tiró la primera bomba atómica, es decir, pienso que Johnson y sus generales son los ultrajadores de la civilización, los carniceros de vidas humanas. Es posible que el Papa dentro de veinte años diga de Johnson lo mismo que dijo de Truman. Es posible que alguien, en el frenesí anticomunista que nos rodea, diga que Bertrand Russell y Lewis Mumford son comunistas, pero me parece más difícil decirlo de Paulo VI.

Pero el fondo del asunto es otro; porque lo que pretendo con esas piezas es, como dice el cronista, “enjuiciar nada menos que a la civilización occidental y cristiana”. Porque creo que nuestra civilización está alcanzando el más refinado grado de barbarie que registra la historia. Porque me parece que por primera vez en la historia se reúnen todas estas condiciones de barbarie: el país más rico y poderoso invade a uno de los menos desarrollados; tortura a sus habitantes; fotografía al torturado; publica las fotografías en sus diarios y nadie dice nada. Hitler tenía todavía el pudor de esconder sus torturas; Johnson ha ido más lejos: las muestra. La diferencia entre ambos refleja las diferencias en las responsabilidades de los pueblos: los alemanes pudieron decir que ellos no sabían lo que pasaba en los campos de concentración de Hitler. Pero nosotros, los civilizados cristianos, no lo podemos decir.

Porque nosotros, las caras de los torturados las vemos todos los días en nuestros diarios, los mismos diarios que nos hablan de la libertad, de los derechos del hombre y a los cuales no se les ocurre decir que uno de los más elementales derechos del hombre es el de no ser torturado y que si alguien sabe de una tortura (y no hay mejor documento informativo que la fotografía del hecho sacada y publicada por el torturador) exprese por lo menos una condena verbal. Pero nosotros los civilizados aceptamos todo lo que nuestros diarios resuelven que debe ser aceptado, todo lo que está atractivamente envasado. Y así es como las fotografías de la peor lacra de la humanidad han pasado a ser un objeto más de nuestra producción técnica, otro objeto de intercambio. Porque las fotografías no son publicadas como una condena, con sentido crítico, son publicadas porque aumentan las ventas del diario o la revista, como las fotografías que publican las revistas sensacionalistas: crónica negra.

Esas fotografías y la pasividad de los pueblos occidentales, son el símbolo de nuestra avanzada barbarie. Y otro signo de barbarie es la reacción del cronista de arte, quien, cuando encuentra esas mismas fotografías pegadas en una caja con una intención de “crítica acre o corrosiva”, no se le ocurre condenar la tortura: lo único que se le ocurre es pedir que se prohíba la crítica a la tortura. No se pregunta si los bombardeos a las escuelas del Vietnam son ciertos; lo que pide es que no se lo digan desde un cuadro y no se muestren las banderas de los Estados Unidos en las alas de los aviones.

Ignoro el valor formal de esas piezas. Lo único que le pido al arte es que me ayude a decir lo que pienso con la mayor claridad posible, a inventar los signos plásticos y críticos que me permitan con la mayor eficiencia condenar la barbarie de Occidente; es posible que alguien me demuestre que esto no es arte; no tendría ningún problema, no cambiaría de camino, me limitaría a cambiarle de nombre: tacharía arte y lo llamaría política, crítica corrosiva, cualquier cosa.


Los saludo muy atentamente.

León Ferrari

PALABRAS AJENAS (1966)

PROLOGO  de “Palabras Ajenas”

Estas páginas, escritas para ser leídas y para ser representadas, son una sucesión de noticias, frases, palabras, tomadas de diarios, revistas y libros.

Casi todos los personajes son reales: son las mismas personas, agencias de noticias, diarios, que han dicho o publicado las palabras que ahora repiten. Otros en cambio, como Justine, pertenecen al mundo de la imaginación de algunos autores.

  El libro ha sido diagramado de modo que los textos puedan ser leídos uno a continuación del otro, sin interrumpirlos con los nombres de los personajes. Aunque esos nombres son necesarios en lo que hace al significado, la obra en su concepción literaria, debe ser considerada como un largo e ininterrumpido fluir de palabras que debiera sostenerse aún cuando no se prestara atención a los nombres de los personajes.

Para llevarla al teatro el director dispondrá 160 sillas en la escena, en ocho o diez filas que enfrenten al público como si fuera una segunda platea. Allí se sentarán los 160 personajes. Si se dispone de un teatro chico, el director sentará a los actores en la platea y al público en el escenario.

Como el propósito es alterar la relación espectador-actor, eliminando o reduciendo las diferencias que los separan, el director prescindirá, si es posible, de la sala tradicional de un teatro y levantará en el medio de un local cuadrado dos tribunas enfrentadas, separadas unos dos metros e inclinadas unos 45 grados; cada una con diez filas de 16 sillas. En una de ellas se sentarán los actores y en la otra el público. El director entonces tratará de establecer una equivalencia entre público y actores, con una misma iluminación y con una simetría geométrica que acompañe o produzca una mutua observación.

Los actores no sólo representan a los autores de las palabras que ellos repiten, sino que, al mismo tiempo representan a los lectores de los diarios y revistas donde aquellas palabras han sido publicadas. Es decir, los actores representan también al público que los enfrenta. Serán mujeres y hombres vestidos como ese público.

Al elegir a los actores el director no prestará atención a eventuales parecidos con los personajes que aparezcan en la obra, sino que elegirá las caras y voces que le parezcan más adecuadas para componer plásticamente, y musicalmente, la tribuna de los actores.

Esta obra será interpretada sin ninguna acción. Sin juego de luces, sin reflectores, micrófonos, amplificadores, telones, etcétera.

El espectáculo no tendrá principio ni fin: ya habrá empezado cuando el primer espectador entre en la sala, y sólo terminará cuando el último se haya ido. El espectáculo será tan largo como las posibilidades materiales lo permitan: un día, una semana, ininterrumpido, sin actos ni entreactos. Cuando estas páginas se hayan agotado, el director las prolongará repitiéndolas, pero alterando el orden de algunos textos de modo que nunca sea igual y que nunca parezca terminado.

Durante la repetición de la obra el director cuidará de no perder los significados, pero en algunas oportunidades podrá olvidarlos y elegir el orden de los textos de modo que la sucesión de personajes que hablen constituya un itinerario geométrico en el cuadrilátero inclinado formado por la tribuna de los actores. Por ejemplo, hablarán todos los personajes situados en una diagonal, comenzando con el situado en el ángulo superior izquierdo y terminando con el del ángulo inferior derecho, y luego los de la otra diagonal, como si el director estuviera tachando al grupo de personajes. O recorrerá los bordes, o lo cubrirá por completo con una espiral rectangular. Las frases que formen los eslabones de ese itinerario serán muy cortas, una o dos palabras, que se sumarán en descripciones muy simples, como la de un paisaje.

El espectáculo será muy largo, pero el espectador que entre deberá saber que sólo asistirá a una parte del mismo. Para ello el director puede recurrir a algún artificio, como el de cobrar la entrada de acuerdo al tiempo que el espectador permanezca en el teatro.

Si el director se ve obligado a terminar la función a una cierta hora, en la que presume que el teatro puede no estar vacío, hará repetir una sola palabra durante los treinta últimos minutos hasta que todo el público se haya retirado. Esa palabra puede ser arroz.

El director renovará periódicamente a los actores y tratará que el movimiento de los actores que entran y salen de su tribuna coincida con el movimiento del público que entra y sale de la suya.

El director puede reducir el número de actores haciendo decir a un mismo actor las palabras que aquí dicen varios personajes con características similares.

Cada vez que un actor diga una frase, se proyectará en una pequeña pantalla el nombre del autor de esa frase. Se cuidará que esa proyección aparezca como una información secundaria dentro del conjunto.

EL ARTE DE LOS SIGNIFICADOS (1968)

La nueva vanguardia estética que se está constituyendo en nuestro país tiene a mi criterio, tres características que se refieren a: 1°) el significado de la obra, 2°) la eficacia con que dicho significado se transmite y 3°) el público al cual se dirige.

El grupo de arte experimental, que desde hace unos diez años está trabajando sobre las diversas tendencias internacionales de la plástica, tiene el mérito de haber formado una generación de plásticos que se distinguen por su espíritu de búsqueda, de renovación, de revolución estética.  Esa preocupación renovadora, que constituye uno de los fundamentos de la nueva vanguardia, fue posiblemente la causa de que un sector de aquella generación se diera cuenta que, mientras se dedicaba a realizar y renovar sus obras y tendencias en un clima de aparente y festejada libertad, estaba en realidad obedeciendo las reglamentaciones de una academia que le ordenaba hacer arte sin ideología, sin significado y para un público de elite cultural y social.

Nuestra vanguardia, en efecto, como casi todas las vanguardias contemporáneas, dirigió sus obras a los críticos, teóricos, coleccionistas, museos, instituciones, muestras internacionales, periodistas, etc., que los comprendían, alentaban y daban prestigio. Este primer público al que se dirigía el artista, esta suerte de elite cultural de la plástica, hizo entonces las veces de intermediario y explicador de las nuevas tendencias introduciéndolas en los sectores más pudientes: ya sea con los argumentos que esgrime el interés comercial de los comerciantes de arte; ya sea con los a menudo herméticos y especializados razonamientos de los teóricos que suelen limitar sus estudios a lo que ellos mismos encuentran en las obras descartando lo que las mismas significan para el común de los mortales; ya sea por las charlas y conferencias de divulgación realizadas en asociaciones de amantes del arte o de sostenedores de museos; ya sea a través de artículos periodísticos que suelen descartar de la obra todo lo que no sea raro, curioso o divertido, deteniéndose en cambio en detalles y aspectos secundarios que pueden servir para darle a la publicación la “agilidad periodística” o el “cinismo sofisticado” que asegure su venta.

Estos intermediarios, y las elites que ellos arrastraban, y el grupo de artistas mismos, constituía la mayor parte de su público. Cabe señalar que no todas las elites estaban con la vanguardia: parte de los intermediarios, y las elites sociales que ellos representaban, atacaron a la vanguardia quizá porque su ideología era tan conservadora que los irritaba cualquier signo de revolución, aunque sólo se tratara de una revolución de formas plásticas. El panorama era todavía más complejo si se tiene en cuenta las críticas que la vanguardia recibió desde la izquierda y que generalmente no tomó en cuenta.

Es posible que una de las causas de aquella situación se deba a que las vanguardias se dedican en general a desarrollar nuevos lenguajes cuyas claves desconoce la mayoría, desconocimiento que la induce a rechazar la obra o a mostrarse indiferente, actitud que origina el alejamiento del artista quien se vuelve hacia las minorías que dicen comprenderlo. Esas minorías entonces realizan con el artista una suerte de canje de prestigios: le ofrece sus salas, sus premios, sus becas, sus publicaciones, sus fiestas, que prestigian al artista, y le toman sus obras, o su amistad, que las prestigian y que usan como indicadores de posición social y cultural. Es decir que la cultura producida por artistas que ideológicamente se sienten cerca de las mayorías populares, es usada por las minorías como un arma más en su constante lucha contra las mayorías, en su constante búsqueda de argumentos que justifiquen sus privilegios, en su constante afirmar que eso que la elite entiende por cultura da derechos a poseer y gobernar.

Pero sucede que muchas veces esa cultura no existe y es simulada con signos y señales que tácitamente colocan a su propietario en la escala de los cultos. Y una de las señales más cómodas es el cuadro que se cuelga una pared, que no da el trabajo de ser leído, ni de ser estudiado, ni de ser escuchado: basta con decir que es gustado para recibir su contagio cultural. Los artistas solemos ser entonces algo así como tejedores de taparrabos culturales para los desnudos enriquecidos cuya ideología combatimos. La cultura es entonces un arma enemiga de guerra en la guerra fría de las clases sociales y en la guerra total de los países desarrollados contra los así llamados subdesarrollados. Pocas veces se oye hablar tanto de cultura como cuando se habla de las guerras colonialistas del pasado y las neocolonialistas del presente: son guerras del culto contra el inculto y eso las justifica a los ojos de quien define la cultura. Es así como la cultura que el artista está haciendo es su enemiga.

El artista de izquierda sufre entonces una disociación entre lo que piensa y lo que hace, que se va multiplicando a medida que tiene éxito, a medida que los intermediarios lo promueven, a medida que la elite social lo acepta, lo toma y lo usa. Hubo artistas que descubrieron esta evidencia y reaccionaron suprimiendo la primera etapa de su disociación. Hicieron entonces obras de arte en las que expresaron sus ideas, obras con mensaje, con contenido, con denuncia. El triunfo de sus obras significó el fracaso de sus intenciones: el pequeño público y los intermediarios demostraron su extraordinaria capacidad de absorción tomando la obra por sus formas y minimizando sus contenidos. El arte es tan importante para ellos que si la obra es arte la denuncia desaparece. Las villas miserias con latas pegadas se vendieron a muy buenos precios.  El comprador sólo pide que haya arte, no le interesa lo que el pintor dice, sólo le interesa cómo pone la pintura y cuál es su prestigio. No le importa que lo insulten si el insulto es artístico. El arte todopoderoso sublima y abraza todas las ideologías. Crítico, intermediario y comprador miran la denuncia y ven arte. Y entonces el arte se convierte también en un enemigo del artista, en un deformador de sus ideas, en un apaciguador de sus rencores; porque la denuncia que es comprada por el denunciado muere y se convierte no sólo en un indicador de jerarquía social sino también en un indicador de la tolerancia, el humor, la inteligencia, de la clase social, que él está condenado. El denunciado que compra una denuncia está “sobrando” al denunciante, lo está usando como un distintivo de su clase, como un distintivo de la sabiduría de su clase.

Por otra parte, debemos tener presente que la obra no es el resultado del trabajo de un hombre sino que es el resultado de una multitud de factores que se canalizan a través del autor, en especial el medio donde se realiza y el público al que se dirige. El constante cambio de opiniones entre autor y observador, la trascendencia que se suele dar a las críticas periodísticas, la fuerte competencia que se desarrolla entre los plásticos, los deseos de promoción y éxito, los premios, becas y el humano y natural deseo de ganarse la vida vendiendo sus obras, condicionan en tal forma al artista que se puede afirmar que la obra se realiza en colaboración invisible entre artista y su público, entre el artista y los intermediarios. Este hecho fue perfectamente comprendido por los intermediarios que apoyan y promueven a las nuevas corrientes organizando exposiciones nacionales o internacionales. Estos personajes en un principio limitaron su acción a la selección de un grupo de artistas que participaba en la exposición con las obras que cada uno de ellos elegía. Pero luego los organizadores se transformaron en tutores del arte y en creadores: sus obras eran las exposiciones colectivas que organizaban pretendiendo que las diversas piezas expuestas se ajustaran a sus directivas. Propusieron entonces formas, descartaron temas, sugirieron otros, rechazaron ideas y obras y terminaron exigiendo informes previos sobre las obras a exponer. El caso límite se registró este año cuando el director de un museo, suspendió el montaje de una obra porque su autor se negó a disponer algunos materiales de la misma en la forma en que dicho personaje exigía. Es como si antes de colgar una muestra cubista o Dadá los cuadros debieran pasar por las oficinas del director del museo donde el buen señor, pincel en mano, procediera a modificar las formas y colores que encontrara de mal gusto.

El caso mencionado unido a los numerosos episodios de censura, autocensura y discriminación, tolerados en un principio por los artistas y agudizados durante el corriente año, señalaron muy claramente que una de las funciones de los intermediarios es impedir que los artistas hagan obras que molesten a las minorías. Ante esa realidad, la vanguardia se encontró frente al siguiente dilema: o seguir trabajando en desarrollos formales bajo la dirección y censura de los intermediarios, en obras destinadas a las minorías y reflejando tendencias y modas que nos llegan del exterior -donde también están destinadas a las minorías-, o cambiar de público. Es decir, que si el pequeño público era una suerte de coautor que deformaba sus obras, el artista se vio ante la necesidad de buscarse otro que las esclareciera. Y esto es lo que ahora está sucediendo: por primera vez nuestra vanguardia no se limita a un mero cambio formal, realizado con no significados frente a un pequeño público, sino que rompe con todo el medio que lo alentaba y controlaba, rechaza a las minorías y a sus intermediarios nacionales y extranjeros, y se dirige a las mayorías. Es decir que la vanguardia se niega a agregar un eslabón más en la cadena abstracción geométrica, informalismo, neofiguración, neogeometría, arte pop, happenings, etc. y se traslada a otros medios donde experimentará con intenciones estéticas absolutamente diferentes.

Cabe señalar que ha habido algunos intentos de acercar el arte a un público más amplio. Aparte de todos los usos y aplicaciones que el arte tiene en publicidad, modas, diseño industrial, etc., una vez que el lenguaje desarrollado por las vanguardias comienza a ser comprendido y gustado, hubo algunas obras de la vanguardia formalista que tuvieron carácter más popular pero que nada tienen que ver con las intenciones de la nueva vanguardia. Algunas obras de Marta Minujin, por ejemplo, y las exposiciones de Julio Le Parc, con ser muy diferentes tienen en común la intención, o el resultado, de presentar obras con características ingeniosas, novedosas o divertidas, que originan una mayor afluencia de visitantes. Son obras que el artista abre al gran público desde su posición de elite en estrecha alianza cultural con las minorías y, a veces, desde las instituciones de las minorías. Esto las hace aparecer como participando del paternalismo cultural que las minorías suelen sentir por las mayorías.

En un plano bien diferente se encuentra alguna de las obras del arte de los medios y, por encima de las obras, las ideas que publicaron Roberto Jacoby y Eliseo Verón sobre la utilización de los medios masivos de información en obras que no se limiten a un juego formal sino que “actúen sobre el receptor”, para “hacer hacer”. Las ideas expuestas, especialmente por Jacoby, incluyen la ampliación del público receptor y el uso de los medios de información para llegar a él, y constituyen uno de los más valiosos antecedentes de la nueva vanguardia.

El cambio de público, el cambio de coautor, implica un cambio en la manera de analizar y estudiar una obra. El artista ya no verá más a su obra en el espejo formado por los aplausos y críticas de los teóricos de la elite, que se detienen en los aspectos formales de la misma, sino que la verá a través de las reacciones y opiniones de las mayorías, que suelen preocuparse más por lo que la obra significa que por su estilo formal. Es decir que el artista juzgará sus obras, y las ajenas, por lo que las mismas signifiquen para el público al que van dirigidas. Las obras no son entonces geométricas, informalistas o figurativas; sino que son significantes o no significantes.

Encarando el estudio en esta forma nos encontramos con dos casos extremos. Uno de ellos sería una obra informalista que reprodujera la mancha simétrica de un test Rorschach; una encuesta entre un grupo de observadores nos indicaría que hay tantas interpretaciones como observadores, pues cada uno de ellos proyecta en el significado de la obra su propia personalidad. Estas obras, que podrían llamarse de arte Rorschach, son de significado abierto, libre o múltiple, y su personalidad significante es casi nula pues se limitan a ser un punto de apoyo, un centro de sugestión, para que el observador encuentre en ella lo que él mismo determina, o la rechace de plano si no le interesa. Con este tipo de obras el autor no puede transmitir mensajes, pues si los incluye en su cuadro su mensaje se deformará al transformarse su significado en el observador.

El otro caso extremo es el de una obra cuyo significado sea interpretado igualmente por todos los observadores: es una obra de significado cerrado, único o ineludible. Entre estos dos puntos extremos se encuentran todos los matices que resultan de la mayor o menor preponderancia de la obra o del observador cuando se produce el choque entre ambos. Allí se encuentran también las obras sobre las cuales la mayoría de los encuestados conteste que no significan nada: son obras sin significado.

Cabe señalar la diferencia que existe entre una naturaleza muerta, por ejemplo, cuyo significado es sólo un soporte para hacer buena o mala pintura, y otra obra a la que el autor premeditadamente quiere dar un significado trascendente.

La mayor parte de las obras de vanguardia de los últimos años es de significado libre, sean cuales hayan sido las intenciones de sus autores y las interpretaciones que los críticos le hayan dado. Y se puede sospechar, además, que gran parte de los artistas no se preocupó por los significados sino que invirtió todos estos años en renovar las formas. De modo que la vanguardia, cuya característica es la de romper reglamentos, normas y leyes estéticas, se limitó a destruir leyes formales sin darse cuenta, quizá, que su afán de cambio se limitaba a un aspecto de la obra, que su destrucción de academias estaba gobernada por una academia invisible e inviolada: la academia de la revolución formal, la academia del significado libre o del no significado.

Las obras de vanguardia tuvieron un significado, a pesar de todo, un significado que se refiere precisamente al cambio formal que esa vanguardia propone. El significado principal de las primeras obras informalistas no se desprendía del cuadro en sí, sino de la aparición de la mancha en oposición a la abstracción geométrica. El significado era el hallazgo de una nueva forma de expresión. Eso es lo que las hace fuertes. Pero, perdido ese significado inicial por el rápido desgaste de las nuevas formas, esas escuelas mueren en el arte decorativo y académico. La vanguardia se lanza entonces a buscar otro cambio y a buscar otro significado de cambio que dé vida a sus obras, pero se limita a buscar nuevas formas de decir cosas sin preocuparse por lo que esas formas en definitiva van a decir, sabiendo quizá que, de todos modos, su obra tendrá una interpretación oficial, vector resultante en un principio de las interpretaciones de los observadores contemporáneos, en especial de los críticos, teóricos, etc., y más adelante, cuando esto sea historia, de su ubicación en el tiempo estético.

Si consideramos a la obra de arte como una organización de materiales estéticos seleccionados por su autor y realizada siguiendo reglas inventadas por el autor o tomadas prestadas, podemos comprobar que lo que la vanguardia ha hecho ha sido ampliar constantemente la lista de materias primas usables en arte y renovar constantemente las leyes que las organizan. Así fue como al óleo y al bronce se agregaron los trapos, las latas, lo cursi, la luz, el sonido, el tiempo, el ambiente donde se expone, los medios de difusión, la autodestrucción, la acción, etc. Pero al ampliar la lista, la vanguardia y sus teóricos olvidaron o rechazaron uno de los materiales estéticos más importantes: los significados. Cuando algunos teóricos afirman que la ideología es el anticuerpo del arte o que los significados son irrelevantes en el juicio de la obra, y cuando algunos artistas afirman que no es posible mezclar la política con el arte, están en realidad afirmando que los contenidos, por lo menos los contenidos políticos, no son materiales estéticos sino que son aestéticos o antiestéticos. La vanguardia obedeció a esos principios como si le hubieran ordenado: de los colores no usarás el amarillo. Olvidando que no hay absolutamente nada que no pueda ser usado para hacer arte y que quien afirme que el rojo, el tiempo, el significado, la política, no son compatibles con el arte, que no es material estético, desconoce lo que es vanguardia.

Los significados claros, los compromisos sociales, las ideologías, constituyeron entonces lo que Noé llamaría una de las antiestéticas más perdurables e inconmovibles. Era previsible que, aunque sólo fuera por motivos profesionales, la vanguardia la elegiría para hacer de ella su nueva estética. Es lo que está sucediendo.

El significado solo no hace una obra de arte. Los diarios están llenos de significados que la gente lee indiferente. Nuestro trabajo consistirá entonces en organizar esos significados con otros elementos en una obra que tenga la mayor eficacia para transmitirlos, revelarlos y señalarlos. Nuestro trabajo consiste en buscar materiales estéticos e inventar leyes para organizarlos alrededor de los significados, de su eficacia de transmisión, de su poder persuasivo, de su claridad, de su carácter ineludible, de su poder de obligar a los medios de difusión a publicitar la denuncia, de su característica de foco difusor de escándalo y perturbación.

El arte no será ni la belleza ni la novedad, el arte será la eficacia y la perturbación. La obra de arte lograda será aquella que dentro del medio donde se mueve el artista tenga un impacto equivalente en cierto modo a la de un atentado terrorista en un país que se libera.

Algunos de estos pensamientos originaron las obras que expuse o publiqué en los últimos años. Otros se los debo a conversaciones con amigos o a la observación de sus obras, en especial de: Margarita Paksa, Ricardo Carreira, Roberto Jacoby, Pablo Suárez, Eduardo Ruano.

 


 

Trabajo presentado en el primer encuentro de los artistas que formaron el grupo “Tucumán arde” en la ciudad de Rosario, Argentina, en agosto de 1968.

CONTRABIENAL (1971)

León Ferrari

Si me hubieran invitado a la bienal de San Pablo no iría porque los excesos policiales brasileños son aún peores que los argentinos; y si así no fuera tampoco iría porque esa bienal no es más que una pieza del mecanismo internacional que gobierna la plástica y cuyo producto, el arte occidental contemporáneo, está hecho exclusivamente para las minorías que explotan cada uno de nuestros pueblos y para la cabeza imperial que nos explota a todos.

Casi todos los artistas trabajan de espaldas al pueblo haciendo placeres para la elite cultural que los promueve y para la del dinero que los compra, y los de vanguardia, de espaldas al país, buscan su prestigio en los centros internacionales colaborando en la elaboración de un arte occidental que será luego usado como justificador de cuanto exceso comete occidente: pocas veces se oye hablar tanto arte y cultura como cuando se explican las invasiones coloniales de ayer y las neocoloniales de hoy. El arte sirve para metamorfosear a los bombardeadores norteamericanos en promotores de la cultura, es un adorno de los “marines’en Vietnam y Santo Domingo, es un instrumento de dominación.

Rechazar la bienal de San Pablo debe ser sólo una etapa para rechazar las bienales, becas y fundaciones norteamericanas. Para llegar a eso hay que comprender que nuestra vanguardia no solo está deformando la imagen verdadera de la Casa Blanca al agregarle atributos culturales a sus invasiones, sino que también se está deformando a sí misma. Pues el continuo esfuerzo de inventar un esperanto internacional con sus enemigos ideológicos, lenguaje que no conoce fronteras pero que tampoco conoce pueblos, corrompe su sensibilidad al extremo de hacerle olvidar todo otro idioma: sólo sabe esperanto. Y cuando llegue el socialismo corre el riesgo de creer que el único cambio que debe hacer el artista, es un giro de 180 grados para hablar con el pueblo revolucionario ayer oprimido el mismo lenguaje que habló y aprendió a hablar con los opresores, es decir, de creer que así como colaboró en la cultura de la contrarrevolución podrá encabezar la cultura de la revolución. Si eso sucediera el artista de vanguardia será más peligroso dentro de la revolución de lo que es ahora fuera de ella aliado con sus enemigos: pues estará contaminando la nueva cultura y prolongando el uso del arte como instrumento de penetración imperial.

León Ferrari, Buenos Aires, Argentina

30/9/71 Texto para su participación en la “Contrabienal” organizada por el MICLA: Movimiento de Independencia Cultural Latinoamericano.

Berimbau: artefacto para dibujar sonidos. (1979)

El Berimbau, que  toma su nombre del homónimo con el que comparte el timbre de la voz, es un instrumento destinado a  crear hechos o sumas  de hechos musicales, visuales y táctiles. Utiliza el principio del péndulo invertido y se construye con algunas centenas de  barras verticales, presas en su extremo inferior y formando una suerte de prisma de caras ondulantes. En los últimos dos años se construyeron seis piezas de diferente tamaño, desde la primera, de 50 cm de altura  que se llama “Mujer” (porque gime cuando la acarician), hasta la última de 4 metros de altura que fue expuesta  en la muestra de Escultura Lúdica en el  Museo de Arte de San Pablo en 1980.

Como instrumento musical, el artefacto permite multiplicar notas tonos, timbres, e intensidades modificando la altura, flexibilidad, dureza, elasticidad, diámetro, calidad, del acero de sus barras. Por otro lado el choque de dos barras vecinas, o alternadas, o de tres barras de un lado, con una del lado opuesto, o de una de cada esquina, o de todas las de un lado, o de una de las gruesas con una fina del lado opuesto, o de diez finas apretada con una mano, o con dos manos, o de dos de las medianas con una de las finas y dos de las gruesas del mismo lado, o de lados contiguos, u opuestos, o dos finas del norte con una gruesa del sur, una fina del norte con una fina del oeste con dos medianas del este, o todas las finas del sur golpeadas una por una con una gruesa del norte o del este o del oeste, por ejemplo, permiten obtener un grupo de sonidos que podemos llamar gobernados o primarios, que tendrán diferentes matices según el lugar donde se produce el choque. Será diferente si se golpea el extremo de una barra fina con el extremo de una gruesa o los dos tercios de una mediana con los cuatro quintos de una fina o simplemente de nuevo con el extremo de la fina o de la gruesa o de la mediana o de otra todavía más fina, o con el extremo de una gruesa a la que se le haya cortado diez o veinte o cincuenta centímetros para cambiar un do por un si un re un mi o un fa.

Esos sonidos gobernados o primarios se pueden mezclar con sonidos libres o secundarios que se producen cuando la barra se suelta libremente luego de haberla curvado, oscila y golpea a otra en su movimiento de ir y volver o de volver a ir o de volver a volver a volver. La sensibilidad de cada  uno permitirá controlar en mayor o menor grado esos sonidos libres teniendo en  cuenta que cada uno  de los péndulos invertidos dará un número de oscilaciones  que dependerá de la fuerza inicial aplicada, y que una misma barra puede producir uno o dos o tres o cuatro o ningún sonido libre, y que en cada choque la oscilación cambia el rumbo y hace que la barra golpee una vez contra otra barra, gruesa por ejemplo,  la siguiente con una fina, o con ninguna, la siguiente con ninguna o con una mediana y así sucesivamente.

Quienes necesiten alimento visual conjugarán música con el dibujo que trazan en el aire las varas usadas ahora como líneas móviles, como plumas cargadas con tinta china sonora, que en cada instante podemos imaginar cristalizadas en un laberinto estático de cuya suma resulta la continua transformación de un laberinto en otro o en otro y otro más, teniendo el músico dibujante la posibilidad de generar centenas de curvas de los más diversos tipos, algunas contenidas en alguno de los infinitos planos que atraviesan el instrumento desde los puntos más imprevisibles y otras espaciales que continuarán transformándose en otras y otras como si estuviesen vivas o como si la vida de quien está tocando se extendiese al acero de esas líneas estremecidas.

¿Cuáles son las leyes que vinculan un dibujo con la música resultante o la música con las rayas y choques y cruces que ella requiere? Es una de las preguntas que este instrumento se propone contestar. ¿Qué tipo de estética visual originará determinada estética sonora?

El artefacto es también generador de sensaciones táctiles. Al tomar una de las barras más gruesas, o una de las medianas, y sacudirla, se sentirá como una respuesta del acero y el temblor del dolor del choque. Y si se mueve un grupo de barras finas sus vibraciones, que se contagian y corrigen recíprocamente, se transforman en una caricia que podemos regalar a la mujer querida que nos acompaña.

Los pájaros que añoran aquél nunca mas repetido ni igualado instante de felicidad cuando el viento rompió la jaula, podrán entrar en esa jaula abierta, fingir el llanto que los años disolvieron y escapar como aquella vez, escapar, escapar de nuevo. O para quien tenga la prisión constantemente en sus pesadillas sentirá el consuelo, la esperanza que dan las rejas flexibles que ceden al menor esfuerzo, que se separan, se abren como una mujer seducida, duras pero sumisas complacientes, y se transforman de carceleros en cómplices de la libertad.

Pero si es música lo que se busca el instrumento puede ser usado como soporte de 100 batutas, cuando necesitemos dirigir simultáneamente una multitud de orquestas. O cuando se trate de una sola orquesta cuyos músicos requieren una batuta para cada uno. Y puede convertirse de pronto en el motivo central si todos los músicos, o la mitad, o una parte, abandonan por un instante sus violines y trombones para tomar una o cuatro o seis barras, gruesas o finas y finas o gruesas, y producir entre todos bailando una suma de suaves murmullos un adagio o un huracán sonoro visual con los mástiles, los brazos, los dedos del instrumento bailando sus propios alaridos.

Clavado en una plaza o en un campo liso, tan alto como los pinos ausentes, el artefacto tendrá en la madrugada al aire como músico compositor. Comenzará quieto a moverse lento, a jugar al encuentro fingido en dibujos silenciosos contra el cielo y en su sombra escurridiza en el suelo contra el sol, y el primer roce casi callado de dos lanzas del norte o del sur nos dirá sin mirarlo qué viento está llegando desde el sur o desde el norte y se enredará el cañaveral con sus sombras con sus gritos en un lenguaje como el de las banderas en el mar pero donde algunos mástiles transmitirán los significados fríos y otros, los delgados, los tonos timbres matices las pasiones que los desmienten o multiplican.

Badajos para campanas, baquetas para tambores, agujas para tejer garúas, peines para rastrear dibujos perdidos en el aire, cuchillas para cortar delgadas o entrecortadas rebanadas transparentes sábanas que abriguen o que flameen como invisibles banderas perseguidas. O desarmarlo, destrozarlo, cortarlo en pedazos afilados templados: navajas, dardos, flechas, floretes, sables, arpones, lanzas, jabalinas.

León Ferrari, Flashartes I. San Pablo, Septiembre de 1979

Texto escrito para cuando realizó los primeros instrumentos entonces llamados “berimbau”.

Prismas y rectángulos (1979)

Tomo una pluma y empiezo una línea dentro del rectángulo de papel y mañana otra línea en otro rectángulo y pasado mañana otra: siempre en rectángulos. No modifico el perímetro, no recorto con tijera entradas, agujeros, bahías, penínsulas, ensenadas, perfiles de hombros o axilas, para después comenzar el dibujo. No deformo el rectángulo: en su destrucción muere la pureza. Homenaje al rectángulo es cada uno de los millones de dibujos que el hombre hizo dentro de ese marco anónimo humilde y callado que se retira y esconde para que el contenido quede desnudo y visible como mujer sin camisón en el cuadrilátero de la sábana. Acurrucada en un ángulo, desplegada en el medio o encogida en un borde, la línea recorre el papel libre gestora de su destino, con rayas a veces delgadas accidentadas y medio borrosas, como cuando uso papel para aguafuerte y demoro el trazo con la pluma cargada que ensancha la línea lanzando tentáculos en su avance, raíces que buscan agua o jugos que alimenten sus pensamientos, o líneas continuas o trazos cortados uno junto a otro para hacer las sombras de un seno, esas sombras que se trazan como caricias sobre el papel trasformado en piel de amada con el cuidado de no lastimarla con la punta de la pluma que parece cincel o espátula convirtiendo el papel en relieve  de recuerdos, cuando uno hasta quiere ser  ciego para que toda esa vida que le corre por dentro se amontone en las yemas de los dedos y sólo en la yema de los dedos para poder quizás llegar a comprender a imaginar ciego pero con esos dedos tan sagaces el relieve el perfil el significado de pezones y humedades. A veces libre a veces rebotando contra el marco implacable de los bordes, paredes en la celda de un monasterio en la cárcel o en la tumba, esos bordes que son el límite,  la valla, lo imposible que separa nuestro dibujo del dibujo que hace el plano apoyado en la mesa en su avance vertiginoso hacia el infinito  cortando nuestra casa la del vecino la gente que está comiendo, pasando por encima o por debajo de los que duermen o se besan y en las intersecciones con cosas árboles nubes viento y luego, tangente al globo y separándose, niebla y nada.

Pero en el aire puede también repetirse el dibujo rectangular que proyectado al espacio se trasforma en prisma cuyas caras y aristas serán ahora el marco anónimo la repetida impersonal envolvente transparente dentro del cual sólo tiene la línea que buscar su lugar. Los hilos entonces, los alambres rectos o curvos, se cruzan se sostienen se suman se enredan en un laberinto vinculado a otro y a otro cerca de un vértice o de un arista lejana con un sol, un estallido, un nido de rayas medio escondido detrás de otros o confundiéndose con otros que están detrás de él o que lo cubren o descubren según se mueva la retina o la luz, con las sombras escapándose de los brillos y modificando el color y el valor de la vecina que aparece desde la penumbra o desde un costado como si fuera un acento, el rasgo de una nueva letra o el eco de un mensaje anterior. Fríos paralelepípedos simples por fuera como los cantos de un papel y libres por dentro para mostrar sus arrugas alegrías cansancio y los canales, la red de zanjas estrechas que riegan carne e imaginación, desesperación y orgasmo, las acequias que traen roja la vida y se llevan los pedazos azules de la aún no definitiva muerte.

León Ferrari

Escrita para el catálogo de la muestra “León Ferrari, esculturas, licopódios (xerografias), heliografías, gravuras en metal e livros”, en el Museo Guido Viaro, Curitiba, Paraná, Brasil, inaugurada el 31/8/80

Contra el infierno (1986)

Comienza el siglo XX y termina el segundo milenio de la era cristiana que nació en Belén y terminará en el Armagedón juntamente con todo ser vivo abrasado por la ira de Cristo que volverá provisto de armas que para Él inventamos inspirados en las ideas que nos legó en las Sagradas Escrituras.

El Apocalipsis se aproxima implacable tal como Jesús lo profetizó veinte siglos atrás: El Apocalipsis, la lucha entre el Bien y el Mal, la gran matanza, la Resurrección de la carne, el Juicio Final, la ascensión de los justos al cielo y el descenso de los réprobos al Infierno, donde serán torturados día y noche por los siglos de los siglos. Crucibuntur die ac nocte in Saeculum Saeculorum (Ap. 20,10).

Los justos ruegan felices por la vuelta de Cristo pues resucitarán bellos, puros y resplandecientes como el sol (tunc fulgebunt iusti sicut solmos vitenh, Mt. 13, 43) para contemplar a Dios para siempre.

Es hora que nos unamos, los réprobos, mientras tengamos vida y esperanza, para luchar contra el Juicio Final y contra el Infierno degollando el calendario cristiano antes de que se concrete el destino aterrador que nos gritan de la cruz. Con ese propósito propongo construir en el Jardín Botánico de San Pablo o en el Parque Ibirapuera o en la Plaza Da Sé, una fortaleza en la cual no puedan entrar ni los minutos de Cristo, ni sus premoniciones, y desde donde podamos preparar el nacimiento de una nueva era el día 6 de agosto de 1999, cuando se declare muerto el tiempo del Hijo de Dios. La planta de esa construcción será la de San Pedro, pero el recinto sólo tendrá de San Pedro la planta, pues será una gran columna hueca, resultado de la proyección al cielo del perfil de sus cimientos.

De este recinto, poco a poco y con el pasar de los años, podremos ir ganando años para la Nueva Era Libre de Infiernos.

Este espacio será de tierra de herejes, unión de infieles, apóstatas, idólatras, ateos, brujos, fornicadores, blasfemos, concupiscentes, donde se reúnan y recuerden a las víctimas pasadas del Cordero y se planifiquen estrategias para evitar las próximas anunciadas.

Sobre los revoques externos los más preciosos cuadros y esculturas de la publicidad religiosa de esta era: los de Leonardo, Fra Angélico, Giotto, Durero, Miguel Ángel, las resurrecciones, anunciaciones, inmaculadas concepciones, crucifixiones, pero con algún detalle alterado que convierta el juicio de los resucitados en el juicio del Juez.

 

Texto publicado en el catálogo de la exposición colectiva Uma Virada no Século, realizada en enero de 1986 en la Pinacoteca do Estado de São Paulo.

Multinacionales (1986)

En una muestra colectiva de escultura, en el Museo de Arte Moderno de San Pablo, expuse una jaula con dos palomas blancas encarceladas, el Espíritu Santo y un crucifijo. La jaula tiene cuatro patas que la mantienen a unos veinte centímetros sobre la mesa que la sostiene. La chapa galvanizada que hace de piso tiene calada una cruz. Sobre la mesa y bajo la jaula, puse una reproducción del Juicio Universal que Miguel Ángel pintó en la Capilla Sixtina.

Diez días después de inaugurada la muestra, cuando las palomas ya habían dibujado su cruz de estiércol sobre el fresco de Miguel Ángel, cambié esa lámina por otra con el Juicio Final Fra Angélico. La muestra se extendió desde principios de diciembre hasta fines de enero y me dio tiempo para hacer diez intervenciones del Espíritu Santo en otros tantos Juicios Universales pintados por Giotto, Tintoreto, Ticiano, Doré, Rubens, Jean Cousin, Van der Weyden, Jordaens, Cornelius, Hans Memling.

Con una buena lente de aproximación saqué fotografías de detalles de estas láminas donde se mezclan ángeles demonios dioses justos y pecadores con los diversos colores y relieves de los excrementos de las palomas.

Con las láminas y sus cruces, con las fotografías y con la jaula, las palomas, el Espíritu Santo y el crucifijo, haré una exposición que se llamará “Luchemos contra el Juicio Universal”, con la que espero unir a los herejes en una campaña que evite o aleje el terrible momento cuando Cristo arroje nuestros cuerpos resucitados al fuego del infierno eterno. La lucha contra el Apocalipsis tiende también a movilizarnos contra la idea cada vez más vigorosa que la atómica es el instrumento divino con el cual Jesús verá cumplidas sus profecías y que puede llevar a un buen cristiano a arrojarla en nombre de Dios.

Por otra parte el estiércol sobre las obras de algunos de los pilares de nuestra cultura encierran una crítica por sus colaboración con la multinacional cristiana que los promovía, los mantenía y los usaba para que hicieran la publicidad gráfica del amenazador infierno que parecía ser su principal arma política y evangelizadora. Como si nosotros pintáramos en el Congreso o en el teatro Colón, unos frescos magistrales, encomendados por los generales y almirantes para ilustrar los métodos que utilizaron contra sus enemigos y para acentuar la eficacia de sus amenazas. Hay algún militar o civil, algún Hitler o Videla, que haya imaginado una tortura semejante a la eternidad del Infierno que Jesús, sus apóstoles y los cristianos nos prometen?

La belleza de las obras que germinaron de esa religión que se mueve entre el diluvio y el Apocalipsis, dos matanzas que ningún ser humano podrá jamás igualar, me hacen pensar si de la colaboración de los artistas contemporáneos con las multinacionales del poder y del dinero, nacerá alguna vez un infierno tan bien pintado como el de Miguel Ángel o de Fra Angélico.

León Ferrari

Buenos Aires 29 de enero de 1986

SOBRE TORTURAS (2004)

Por León Ferrari
Página/12, Buenos Aires, 10 de diciembre de 2004

Quisiera explicar que las obras que más cuestiona la Iglesia, expues- tas en el Centro Recoleta, son sólo una forma de expresar una opi- nión sobre la tortura.

1) Desde el Evangelio hasta el Catecismo oficial de la Iglesia, el cristianismo anuncia que las almas de los muertos en pecado mortal –y más adelante sus cuerpos resucitados– son torturadas en el in- fierno. Esa idea, el castigo al diferente, recorre nuestra historia y ha originado diversos exterminios: aborígenes, judíos, brujas, herejes, vietnamitas, iraquíes.

2) La existencia de ese lugar donde habría millones de almas su- friendo ha sido ilustrada y exaltada por grandes artistas de Occiden- te: Miguel Ángel, el Giotto, Fra Angelico.

3) Para expresar una opinión sobre el significado de esos estéti- camente hermosos cuadros, es decir sobre los suplicios prometidos, expuse en 1985 en el Museo de Arte Moderno de San Pablo, Brasil, una jaula con palomas defecando sobre una reproducción del Juicio Final de Miguel Angel. Una instalación semejante se expone en Reco- leta y se expuso en varios museos del exterior.

4) Dado que los infiernos pintados por los artistas del Cristianis- mo no originan ninguna reacción que condene los suplicios a nues- tros semejantes, pensé que una forma de resaltar su crueldad, de lograr que el espectador comprenda la realidad de esa característica de Occidente, era copiar esos infiernos pero reemplazar a los seres humanos por los santos y vírgenes que los crearon o difundieron.

5) Aquella idea produce una singular reacción de la Iglesia: des- pués de siglos de difundir y apoyar los infiernos pintados en sus igle- sias, donde se muestran suplicios a gente como nosotros, se ofende y rechaza los infiernos cuando los que sufren son pedazos de yeso y plástico. Espero que con el tiempo la Iglesia extienda su rechazo a los tormentos pintados por el Bosco.

6) Debo aclarar que las figuras que se venden en las santerías no son, a mi criterio, las de los verdaderos Jesús y la Virgen y que sólo representan a los personajes que describen los creadores del Cristia- nismo. Del mismo Evangelio se deduce que una persona con ideas socialistas, preocupado por los pobres y que nos aconseja amar a nuestro prójimo, como dice era Jesús, no puede amenazar a ese pró- jimo con la tortura.

7) Durante dos mil años el infierno se mantuvo inalterado, pero no hace mucho el Papa lo modificó diciendo que allí no hay fuego, pero que la ausencia de Dios origina una sufrimiento comparable a las angustias terrenales. El sufrimiento físico se reemplaza por el espiritual.

8) Este poder que tiene el Papa de modificar las formas o sistemas del castigo evangélico me lleva a suponer que podría resolver la con- tradicción de apoyar los derechos humanos en la tierra y violarlos en el más allá, declarando que la Iglesia ha cometido un nuevo error, que el infierno no existe y que nadie es ni será castigado.

9) Mi intención no ha sido molestar a los creyentes que no creen en las tierras de los diablos. Mis obras están destinadas a la Iglesia y a quienes la acompañan en la amenaza del castigo a los supuestos “pecadores”.

10) Aclaro que estas opiniones no son una novedad. Parecidas o iguales sobre Iglesia y religión las han dado antes que yo, entre otros Bertrand Russell, Arnold J. Toynbee, Sigmund Freud, Noam Choms- ky, Aldous Huxley, Saramago, Almodóvar.

11) En la muestra hay, además de dibujos y cuadros inofensivos, obras que se refieren a otros temas: el antisemitismo, la homose- xualidad, la vinculación de las víctimas del sida con la campaña contra los anticonceptivos, el llamado Proceso, las guerras contra Vietnam e Irak, la Conquista de América, las obsesiones sexuales de Occidente, etc.

12) La Iglesia ha lanzado una desconcertante campaña contra la muestra y no ha condenado la violencia desatada por algunos de sus feligreses, actitud que los alienta a repetir sus hazañas. Tampoco ha contestado los argumentos y explicaciones que he dado en varios programas de radio. Espero lo haga ahora.

Para conocer los ensayos políticos de León Ferrari

PROSA POLÍTICA

(ver libro)

Para conocer los ensayos políticos de León Ferrari

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